El pasado 19 de mayo aterrizó en Colombia el primer grupo de connacionales que decidió regresar voluntariamente desde Estados Unidos bajo el programa “Regreso a Casa”. Fueron 26 colombianos que, tras enfrentar una dura realidad como migrantes indocumentados, optaron por autodeportarse, aceptando una ayuda económica de 1.000 dólares y la posibilidad de que en el futuro pudieran aplicar a una visa legal.
Algunos titulares han reducido esta historia a una simple transacción: “prefirieron dinero a la persecución”, pero quienes hemos trabajado de cerca con comunidades migrantes sabemos que detrás de cada retorno hay una historia profundamente humana y no es solo una decisión migratoria, es un acto de dignidad, de valentía y, en muchos casos, de desesperación.
Muchos de nuestros compatriotas llegan a Estados Unidos huyendo de amenazas, pobreza, persecución o en busca de una oportunidad para sus hijos. Lo dejan todo, cruzan fronteras, sobreviven al silencio legal y al peso diario del miedo a ser detenidos. Cuando una persona en ese contexto decide volver, no lo hace por resignación, sino por una necesidad urgente de recuperar algo que el sistema le ha ido quitando: su tranquilidad, su nombre, su derecho a ser tratado con humanidad.
Este programa de autodeportación, aunque polémico, abre una puerta que debe ser observada con atención y sin juicios simplistas. El incentivo económico y la posibilidad de regularizar el estatus en un futuro son componentes estratégicos, sí, pero la pregunta de fondo sigue siendo: ¿qué lleva a una persona a renunciar al sueño americano, cuando aún no ha podido realizarlo?
La raíz del problema está en la falta de garantías y en la criminalización sistemática del migrante, donde los sistemas no distinguen entre quien busca sobrevivir y quien delinque. Muchos de quienes regresan lo hacen no por derrota, sino por esperanza: la de empezar de nuevo sin esconderse, la de reconstruirse con dignidad. Volver a casa no es fracasar; es un acto de valentía.
Desde Colombia, debemos mirar estos retornos más allá de cifras o políticas migratorias. Son oportunidades para reconectar con nuestros ciudadanos, para brindarles acompañamiento institucional, acceso a empleo y un país libre de estigmas. La migración no es un delito, y el retorno no debe ser abandono. A quienes regresan, les decimos: esta patria también se construye con ustedes. Que su regreso sea el comienzo de una etapa más justa, más libre y más humana.
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